miércoles, 14 de marzo de 2012

DAR LUGAR [Texto de Juan Serrano]

DAR LUGAR

En una acepción amplia del término, dar lugar es propiciar condiciones para que en un espacio físico o mental puedan ocurrir acontecimientos o pensamientos mas o menos presentidos.

La propuesta que hace una obra de arte es también, en cierta forma, un dar lugar para que se inicie en el espectador el flujo de su imaginación, a través de los medios propios de cada modalidad artística.

Esta prerrogativa, en el caso de las artes visuales, va desde los juegos ópticos –que aprovechan las limitaciones de la visión humana– hasta las funciones mas complejas que tienen que ver con aspectos simbólicos y de significación.

En todo caso, dar lugar requiere la presencia del espectador: el ‘aquí’ y el ‘ahora’, o sea, la verificación del encuentro con la obra que se debe materializar no de forma telemática o virtual, ya que en todo momento la obra se ‘realiza’ de forma particular en la ‘mirada interior’ de cada uno de los receptores.

Esta propuesta lleva implícito el entendimiento del arte como juego -como movimiento que se genera sin un fin– como fiesta que congrega sin exclusión y también como función recuperadora. Recuperación del tamaño del mundo, que va perdiendo su ‘inmensidad’ de forma progresiva, por la simultaneidad y globalización que hacen posibles las nuevas tecnologías.

La perfección técnica en la reproducción de imágenes y los procesos virtuales de las mismas -explotados de forma masiva- están fomentando imaginarios colectivos estereotipados que menoscaban la capacidad individual para tener experiencias directas y personales.

Esta sobresaturación nos hace pensar en aquellas épocas no muy remotas de los magos e ilusionistas de las barracas de las ferias ambulantes en las que tanto se prodigaba una verdadera imaginación creativa con los medios más rudimentarios.

En esta propuesta nos atenemos al contenido más literal de dar lugar en el sentido de disponer espacios, -recintos, pasajes, galerías, etc-, para ser transitados.

  Se plantean como estructuras de carácter efímero y una escala arquitectónica. La determinación de esta escala, para cada caso, es independiente de las condiciones del entorno. Se establece a partir de la sensación o del impacto emocional que se quiere producir en el visitante.

  A contracorriente de la tecnocultura dominante, en su tendencia progresiva hacia la desmaterialización del arte, resulta sugerente la evocación de la imagen histórica del laberinto como realidad física y como figura metafórica.

En este ultimo sentido, la palabra laberinto ha existido siempre. El laberinto en cualquiera de sus modalidades está presente en todas las culturas, desde los tiempo más remotos.

  Las muy diversas tipologías de los trazados históricos responden a distribuciones geográficas y causas muy diversas: ritos religiosos, funerarios, objetivos defensivos, etc.

Siempre tienen un componente de incertidumbre: lugares donde es fácil la entrada y difícil la salida.

Más recientemente, el laberinto, como trazado figurativo, se ha practicado en aquellas épocas en las que han confluido el gusto por la alegoría y una cierta pasión por los juegos.

  Este es el aspecto que interesa recordar aquí, ya que se trata de reproducir una experiencia estética en el marco de una incertidumbre controlada.

Juan Serrano